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Isaac Felipe Montoro |
Isaac Felipe Montoro |
Mi tío Isaac fue un periodista que se hizo mendigo para escribir un artículo en el matutino el Expreso, en el año 1961, que luego se convertiría en su famoso libro:
“Yo fui MENDIGO”
Mi papá me contó, que mi abuelita no estaba enterada de esta aventura, hasta que alguien le dijo que había visto a su hijo pidiendo limosna en la
puerta de la Iglesia de La Merced, en Lima.
Ella se preocupó, pero finalmente todo
quedó como una anécdota familiar.
Pero volviendo al libro de mi tío, en el
prólogo que hace Juan Gonzalo Rose, dice lo siguiente:
La singular misión de Isaac Felipe Montoro, que fue seguida ávidamente
por miles de lectores de este diario, abrió un nuevo método para la obtención
de la noticia fidedigna y exacta. De allí en adelante, no será raro que
cualquier periodista se haga recluir en
una cárcel, se vuelva monje u opte por la política para describir a sus
lectores, vívidamente, las sensaciones y problemas de los personajes de “este
gran teatro del mundo”.
Esta descripción relata el gran acontecimiento
que fue la experiencia y obra de Isaac Felipe Montoro.
Les comparto cómo inicia su libro:
“Me senté sobre la vereda, recostando la espalda contra la barroca fachada de la basílica La Merced. Sentía la morbosa humedad del clima limeño y ansiaba que cayera el tibio sol de octubre. Extendí la palma de la mano esperando el contacto de una moneda. Me había convertido en el típico mendigo de la ciudad; lo delataban así, los harapos que exhibía. Mi larga cabellera enmarañada, mi tupida barba teñida de blanco, mi tez magra y macilenta, mi sombrero de flecos agujereado, movían a una terrible compasión.
La primera vez que cierta alma bondadosa, puso el tosco metal en mi mano, sentí una especie de escalofrío. ¡Pero, entonces, mi semblante realmente inspiraba lástima! Mi corazón retumbó tanto de emoción que no pude responder las gracias. Quien tuvo tal gesto fue un feligrés que entraba al templo para oír el santo oficio.
“Me senté sobre la vereda, recostando la espalda contra la barroca fachada de la basílica La Merced. Sentía la morbosa humedad del clima limeño y ansiaba que cayera el tibio sol de octubre. Extendí la palma de la mano esperando el contacto de una moneda. Me había convertido en el típico mendigo de la ciudad; lo delataban así, los harapos que exhibía. Mi larga cabellera enmarañada, mi tupida barba teñida de blanco, mi tez magra y macilenta, mi sombrero de flecos agujereado, movían a una terrible compasión.
La primera vez que cierta alma bondadosa, puso el tosco metal en mi mano, sentí una especie de escalofrío. ¡Pero, entonces, mi semblante realmente inspiraba lástima! Mi corazón retumbó tanto de emoción que no pude responder las gracias. Quien tuvo tal gesto fue un feligrés que entraba al templo para oír el santo oficio.
Ahora, que empezaba a representar mi papel con éxito, comprendí que debía perder el miedo. Me creyeron un anciano... ¡Ni para qué dudarlo! El mismo guardia se tragó el anzuelo:
A
otro lado viejecito – dijo -, en este lugar está prohibido, puede llegar el
oficial y me echa un sermón.” (Montoro, 1978, pp.11-12).
Bibliografía: Montoro,
I.F. (1978), Yo fui Mendigo. (3ra. ed.). Lima, Perú: PEISA. 11-12